En lúgubre luz de par miles
herrumbrosos, abriendo la senda entre notas de tango nochero, el indio
argentino, en gaucha postura, lo vio perecer.
Medroso del sitio, aún Montaraz
no era; quimérico pandemónium lunfardo, rico en trastos de color y de aspecto
gardeliano, retrato hablado del olor de las pampas.
Bizarro mecena, la noche de mayo
en laude caliza su nombre grabó; cual menipo de Filóstrato, a la joven empusa,
en neuronas inhibidas, amores clandestinos al oído musito, todos veraces en una
veintena de primaveras falsas.
La lamia de grandes pechos, de
labios inhóspitos, sangre lamio a las diez; hemofilias que nacen cuando muere
el sol; funerales de neuronas cancelados en el parto de la bestia de dos
espaldas, funerales de neuronas confirmados en el parto de la neura.
En un tablón cuadrado, hablo con
la absenta y con la nota trémula de un violín ocre; en la arena de baile,
trastabillo en danza con frases de cohen “Everybody
knows the good guys lost”; “Dance me
to the end of love” y en las alas dicroicas de una bandada de colibríes
amazónicos, ella surco el cielo de medio vals para no volver jamás.
Más no todo jolgorio es derrota y
no toda frase es sentencia absoluta; la flama de la belleza se extingue en la
guillotina del minutero, lo inamovible sucumbe al final, siempre. En lienzo
etéreo, donde el azul de la tarde, suicida muere en negruzcas vestiduras, izada
la estrella, pende en fulgores, que advierte cada paso…Antares.
Clausuró un trueque de
alivianadas motas de algodón, por cestos plomíferos, saturados de cadáveres del
hitleriano holocausto en las bóvedas de la mente; fue El Montaraz en la
puñalada de beso a las diez, fue El Montaraz en el ocaso de la última frontera:
la verdad.
Tararea el miedo el réquiem de su
deceso. Noble parca frunce el ceño en tanto canto el mío: “Mais je n'ai pas peur; J'ai repris mon arme”.