Creyó encontrarlo en la canción
de las 3, la misma que en caricias musicales, vestida en vergeles de marzo,
murió atropellada por el corte comercial de comida para gato; y las mil y una
noches, dibujaron una pícara sonrisa, cuando a las 6 le peinaron el cabello en
la sección de acompañantes del periódico negrete municipal.
No lo hallo en la chica ojizarca
que el martes, entre un vaivén de caderas, le ofreció hogazas de pan, esparcidas
con jalea de naranja. Con menor razón en
la estación del tren de bucaré, ni en el vals de las hojas blanquecinas
atrapadas por el viento de media tarde. Y titubeo en los labios de la duda,
cuando la lluvia le advirtió que estaba tumbado sobre la cama, en la que una
vez con la carne horadada, cabalgo en besos desordenados las llanuras de su
rostro.
Decidió buscarlo en otras
habitaciones 702, con ventanas a la calle, con ventanas a la luna de septiembre,
en los limones a mitades de la copa de coctel, que le vieron trastabillar, y
pensar, que es mejor ver caer que haber caído.
Soñó entredormido mientras hacia
la siesta de la hora 25, el frasco de un perfume de rodillas, y ahora que el
humor irascible no propone mejor plan, mato la expectativa. Que devuelvan el
dinero, era mentira, es preciso lamer la miel de una espina.
El montaraz aspira que cuando lo
aspire, le acompañe al cafetín del centro a las 11 para beber junto con Andrés, mocca
de menta de 6 pesos, tocarle los codos y mirarle con letras que dicen que había
esperado que de su exilio voluntario volviese, que las cicatrices por regla
general no lloran sangre y que se ufana de consignar en el banco marnnet, los
esfuerzos de arañarle la espalda en el funeral de la canción de las 3.