sábado, 3 de marzo de 2012

FLOR DE SAMURAI






De noches antiguas y músicas lejanas, de tiempos de antaño, de "tiempos perdidos" y de "recuerdos extraviados olvidados en el olvido", cosas que han venido para instalarse a mi lado, a tomar lo poco que queda del liquido grisáceo en el fondo del viejo tazón roído ya por los años, a leer los apuntes que muchas veces solo, le he arrancado a la memoria, y que tatuados están como marcas indelebles en una libreta amarillenta ahora, cansada de ser arañada por el sol.

Han venido una por una las flores de samurai que no pude comprar en la floristería, las mismas que con cara extrañada se desvanecieron como avecillas quijotescas que volaron con presuroso paso al oscuro país del olvido; y no las culpo, morir es un sacrificio necesario, morir es un placer, aunque nadie vive para contarlo y en verdad el conjunto de todo es una tremenda estupidez pues como saberlo si no se ha disfrutado del orgasmo de la muerte.

El Montaraz fue Samurai, y en un sepukku indigno y vergonzoso, tiño de sangre las hojas blancas de un árbol de cerezo maldito que lo atavió sin preguntar a una Damnatio memoriae del que no se librara tan fácilmente; el callará y se vengará, callará y desistirá de su propósito, callará y beberá té helado, mientras le susurra que ese es el trato si lo deja en paz.

Las flores de samurai atestaron el jarrón, que no sucumbió a los encantos de los colores de cada hoja vegetal, perennes cualquier día entre enero y diciembre; el samurai murió, se destripo por honor y dignidad, prefirió retirarse en silencio para trascender, como las ideas; ya no hay mas kimonos ni músicas de 1982, no hay cartas escritas a mano ni katanas, solo la cárcel y la mazmorra de la memoria berretina en donde aprehendió -para no olvidar- el perfume de su flor de samurai.



 

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