viernes, 19 de octubre de 2012

PROSA PARA UN ÁRBOL





Desde el trono de la soledad los vemos.
Nosotros los vemos desde aquí.
Nosotros y las mariposas.
Y despotricamos de sus raras costumbres,
y  raros rituales copulativos.
Compiten entre sí por la supremacía de su estirpe.

El colibrí no es figurativo.
El colibrí es literal,
y rebulle el aire
succionando la virginal esencia
de núbiles azucenas
que penden de ancianos baobabs,
como calcetines de un tendedero español.

Quisiera atar a la punta de mi pluma
un abejorro luminoso,
una luciérnaga,
una libélula de luz,
e iluminar la oscuridad en cada línea de prosa.

Admiro ciertamente a ese árbol.
Ha crecido solo en la vasta llanura.
Solo quizá,  en la bendición del agua y el beso eólico.
Más aún su fruto puede estar amargo
y su cosecha reducida a la putrecencia,
como en un carnaval de hieles.

Ha crecido solo en la vasta llanura,
solo quizá en odios vegetales.

Un ave de lejanas tierras
quizá le visito algún día,
e hinco su descendencia
en una de sus ramas.
Pero ahora se ha ido
a las pirámides, a la tierra del faraón.

Admiro ciertamente a ese árbol.
Ha crecido solo en la vasta llanura,
en marcada aversión
por el hijo de Isis.


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