viernes, 13 de abril de 2012

LA CHICA DE LOS OJOS RATONESCOS




Tropezó en la tarde Alhambreña que huele a noche, con ella.

Labios de fresa, cereza o frambuesa, al instante -de hecho- terrible jaqueca; atavíos negros en el funeral de las neuronas; rojo rubí, rojo carmesí, rojizo carmín, labios flor de alhelí.

Logró atisbar cuando parapetó sobre unas lentes 4x y le extendió un dibujo afable de sí mismo para que le dejase ver ojos que no fueran de ratón.
La chica de pómulos ruborizados, bailotea sin pena ni gloria en las alas del sombrero de El Montaraz y solo de vez en cuando arruina sus botas; no es necesario pedir perdón, con una calamaresca sonrisa vertical es suficiente.


Ella es cabeza de jabalí, un frio misterio que aun en la lluvia de abril hace transpirar; ella lo rescata del exilio sabinesco de 19 días y -casi- 500 noches y cuelga en la raya tiza de su solapa derecha un pase dorado para la arena de las 4 y cuarto, la nueva arena, ¡fighting time!

Cual sombra que se esfuma de la luz, sucinta se desvanece del retrato de la multitud arrabalesca, y se lleva el rímel de ébano en sus ojos sin que acaso El Montaraz se espabile.

Él se perderá de tanto caminar, de buscar un nombre y un lugar, un olor y una nueva verdad, otro color de realidad. Mas ahora -y habiendo hablado con las letras vivas del artículo de un año muerto- feliz estará de extraviar sus pasos en otro sendero, y de desandar del camino de rosas amarillas, que como venda a los ojos por poco no marchito.







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